Actividad que no deja utilidad no es negocio, podría ser la versión actualizada de aquella frase de Miguel de Cervantes, en la que Don Quijote dirigiéndose a Sancho Panza le dice: Negocio que no dá de comer, no vale dos habas.

Estas frases sirven para hace una referencia muy aproximada a lo que está ocurriendo con la agricultura, donde la rentabilidad de la siembra de granos ha venido de más a menos, cayendo en algunos casos en un balance negativo de pérdida promedio, porque el valor de la cosecha no alcanza a cubrir los costos de producción, o porque se cosecha muy poco, porque el precio de la cosecha es muy bajo, o porque se invierte más de lo conveniente.

En este punto el dilema a resolver es: o se produce más, o se invierte menos.

Y llegamos al concepto denominado frontera agrícola que es la diferencia entre el potencial de producción que experimentalmente un cultivo puede ofrecer y los resultados que a nivel de campo o comercial un productor obtiene.

Esa diferencia entre el potencial y el que se obtiene puede hacer la diferencia de la rentabilidad, pero como no todos los predios de cultivo, condiciones de clima, manejo agronómico y capacidad de inversión son los mismos, cada agricultor debe valorar su capacidad real y decidir cómo manejar su cultivo.

Si bien se dice que las comparaciones son odiosas, usted coincidirá en que a veces son necesarias, de modo aquí le presentaremos algunas comparaciones entre lo que producen los agriculores maiceros de Sinaloa y lo que producen los de otras zonas del país, algunas similares a las nuestras, otras muy distintas.

Durante el ciclo otoño-invierno 1998-99, personal del Campo Experimental Valle del Fuerte, encabezados por el M.C. José Luis Mendoza Robles y M.C. Jaime Macías Cervantes, iniciaron un proyecto denominado: Aplicación de un método de diagnóstico para la inducción del cambio tecnológico en el cultivo del maíz en el norte de Sinaloa, el cual auspiciado por la empresa Maseca, pretendía localizar las desviaciones que respecto a la tecnología generada se cometen en campo, a efecto de corregirlas e incrementar los rendimientos.

En el proceso se empezó por realizar un muestreo de rendimientos, costos y utilidad obtenidos en diversas zonas del país donde se produce maíz.

En Jalisco, se reportó un rendimiento medio de 6.1 toneladas por hectárea a un costo de $ 483.00 por tonelada, para un ingreso marginal de $ 867.00 por tonelada.

En Guanajuato, el rendimiento fue de 6.75 toneladas por hectárea a un costo de $ 814.00 por tonelada para una utilidad marginal de 336.00 por tonelada, mientras en Chiapas, con un rendimiento de 4.8 toneladas por hectárea y a un costo de 778.00, el productor obtuvo una utilidad marginal de 662.00 por tonelada.

En Veracruz, con rendimiento de 3.5 toneladas por hectárea, el costo fue de $ 800.00 por tonelada, para una utilidad marginal de $ 560.00 por tonelada.

Sinaloa, en cambio, con un rendimiento de 8.1 tonelas por hectárea y un costo de $ 973.00 por tonelada, obtuvo un margen de retorno de $327.00 por tonelada, lo que equivale a una ganancia de 33% sobre la inversión y además de que se requieren 5.98 toneladas por hectárea de rendimiento para cubrir los costos de producción; o sea que arriba de 6.0 tonelads por hectárea hay utilidad, pero por debajo de ese rendimiento es pérdida, en función del costo de producción de $ 7,784.00.

Como puede apreciarse, el máximo rendimiento promedio por hectárea corresponde a Sinaloa, pero su elevado costo de producción permite una ganancia de apenas 33 centavos por peso invertido.

Jalisco, en cambio, con un rendimiento medio menor de solo 6.1 toneladas por hectárea obtiene una máxima utilidad marginal de $ 867.00 por tonelada, porque su costo de producción por hectárea es de solo $ 2,946.00 por hectárea lo que le permite una valor de la cosecha de $ 8 mil 325 pesos, para una ganancia por hectárea de $ 5,289.00.

Los mismos números aplicados a Sinaloa nos llevan a una utilidad por hectárea de solo $ 3,016.00 porque si bien el rendimiento es mayor, la inversión por hectárea es mucho mayor, lo que representa menos rentabilidad que Jalisco.

¿A qué se deben las diferencias?

La respuesta la dan los investigadores Jose Luis Mendoza y Jaime Macías, al mostrar que a pesar de la tecnología disponible, una gran cantidad de productores no mejoran su rendimiento por malas prácticas agronómicas, o no tienen un mayor ingreso, porque se utilizan insumos de más, confirmando que obtener más producción pero con mucha mayor inversión no es el negocio.

Si la agricultura empresarial tiene que verse como negocio, tendría que hacerse valer el principio de minimizar costos y maximizar utilidades, hallando el punto de equilibrio en la inversión, es decir, el justo medio.

José Luis Mendoza afirma que con la inversión que se realiza por hectarea en Sinaloa, debiera ser menor la diferencia entre el potencial de los híbridos utilizados y la tecnología de manejo -15 toneladas por hectárea-, respecto a la producción promedio que se obtiene, resultado de prácticas inconvenientes o abuso de algunos insumos como semillas y fertilizantes, principalmente.

Menciona como factores limitantes, debidamente probados, los siguientes:

  • Siembras fuera de fecha, ya sea antes o después del período sugerido que es el mes de noviembre.

  • Densidades de población mayores a las recomendadas, porque el agricultor prefiere protegerse de daños ocasionados por plagas o fallas de germinación, atribuídos al híbrido o a la colocación de la semilla en el suelo, la humedad disponible, etc.
  • Deficientes cuidados en la germinación de la semilla.
  • Inadecuada distribución topográfica de la semilla lo que lleva a pérdidas hasta de 16 mil plantas por hectárea, entre la germinación y la cosecha que se traducen en disminuciones de rendimiento de hasta 2.5 a 3.0 toneladas por hectárea.
  • Longitud de la surquería, cuyo óptimo es 200 metros, pero la mayoría de los productores lo hace a 250, 500 y hasta 1000 metros lo que se traduce en riegos muy pesados que provocan la saturación de la raíz.
  • Inoportuna aplicación del primer riego de auxilio, ya que la planta de maíz, igual o más que soya es susceptible al estrés. 72 horas de suelo saturado por exceso de humedad, sin oxigeno en el suelo, pueden ser causa de muerte de plantas.
  • Sobrefertilización, principalmente con nitrógeno, pues mientras la dosis media es de 250 kg/ ha, una gran mayoría de productores aplican de 400 a 450 kgs, guiados principalmente por el aspecto del cultivo, el cual no necesariamente es reflejo de plantas sanas y vigorosas, porque al usar fertilizante de más, la planta toma el que necesita y el resto se pierde por infiltración.
  • Siembras de maíz en suelos con pH alcalino superior a 7.5 que afecta significativamente el rendimiento.
  • Establecimniento del cultivo en suelos con problemas de sales, ya que desde 2.5 influye en disminución del rendimiento por el nivel de conductividad eléctrica.
  • El sistema de labranza es generalmente excesivo y el laboreo incrementa costos pero no en la misma proporción los rendimientos, pues hay evidencias de que con labor de subsoleo, o barbecho se produce lo mismo que sin ellos.

Si el productor cuida más esos detalles, sin duda puede mejorar sus rendimientos de manera considerable, mientras que sus costos pueden ser menores, lo que se traducirá en mayor utilidad por cada peso invertido.

Esto implica que habría que cambiar la mentalidad de cuanto se gana por hectárea para pensar en cuanto se gana por cada peso invertido, particularmente si se considera la escasez del financiamiento y el elevado costo del dinero, un insumo cada vez más caro.

El modelo productor-investigador

El trabajo realizado por los investigadores y auspiciado por Maseca, con el que se pretende mejorar la utilidad del agricultor es sumamente sencillo.

El agricultor participante se acerca al investigador y va registrando en una computadora, con toda veracidad, las labores que realiza en su campo de cultivo, de acuerdo como ha sido su práctica convencional, o puede dividir su predio en dos partes y en una aplicar sus propios métodos y en el otro seguir las indicaciones del técnico.

Al finalizar el cultivo se realiza un análisis de todas las prácticas y se compara no solo con el rendimiento obtenido, sino también con la inversión realizada.

En la medida en que más productores participan en este modelo de observación -comprobación-evaluación, se van haciendo los diagnósticos y encontrando las desviaciones que propician bajas de rendimiento.

“Hemos encontrado -dice José Luis Mendoza-, que en un elevado porcentaje la baja de rendimiento es atribuible a uno o más factores de los que originalmente hablamos y que están debidamente probados, pero que a veces el agricultor no los toma en cuenta, pero cuando se suman, la diferencia en el rendimiento es tan grande que puede representar el éxito o fracaso del cultivo”.

O sea que no puede evaluarse la productividad solo por un elevado rendimiento por hectárea, sino por lo que cuesta producir cada tonelada, igual de maíz, frijol, trigo, garbanzo, sorgo, etc.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *