La previsible caída de los precios internacionales del maíz, que arrastra consigo la cotización nacional, obliga a mejorar los rendimientos, o bien optimizar los costos de producción, como única alternativa para sostener la rentabilidad del cultivo.

En el tema coinciden tanto investigadores del Inifap y de empresas privadas dedicados al mejoramiento genético y la obtención de nuevos híbridos, como también productores de maíz que en menos de una década han hecho toda una especialización en este cultivo, al triplicar los rendimientos unitarios, en comparación con los que se obtenían a mediados de la década de los ochentas.

Por ejemplo, la Guía para la Asistencia Técnica Agrícolas del Campo Experimental Valle del Fuerte, citaba como rendimiento medio para el maíz 2.1 toneladas por hectárea en el ciclo 1982-83, con una superficie sembrada de apenas 13,300 hectáreas en los distritos de riego 75 y 63, correspondientes al Valle del Fuerte y Guasave.

Entonces se justificaban los bajos rendimientos a la poca atención que el productor brindaba al cultivo, en los aspectos de uso de semillas mejoradas, densidades de población, aplicación de riegos y fertilizante y control de plagas.

Para la temporada 1985-86, la entonces Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos -SARH-, citaba como rendimiento medio 3.3 toneladas por hectárea, con un incremento superior al 50% respecto a tres años antes, mientras la superficie se había duplicado al alcanzar 26,160 hectáreas, pero las semillas más usuales eran variedades de polinización libre de bajo potencial productivo y apenas una superficie mínima se establecía con híbridos comerciales de no más de 6.5 toneladas por hectárea como potencial productivo.

En el Valle de Culiacán, para la misma temporada, el reporte fue de 10,800 hectáreas sembradas, como rendimiento medio de 4.3 toneladas por hectárea.

El boom del maíz

Tuvieron que transcurrir casi 10 años para que aquellos rendimientos fueran superados de manera significativa, principalmente por la obtención de híbridos de amplio potencial productivo, la conformación de paquetes tecnológicos de producción que privilegiaban la aplicación de elevadas dosis de fertilizantes, hacían énfasis en microelementos y manejo óptimo del agua de riego y el combate de plagas.

Para esto influyó sobremanera el apoyo oficial que el gobierno federal instrumento a mediados de los ochentas, al establecer un precio de garantía 85% superior al del mercado internacional, con la evidente intención de revertir la tendencia de años, durante los cuales se había estado importando maíz para consumo humano y usos forrajeros.

El mejor precio y la desaceleración que se presentó en cultivos oleaginosos, en parte por los malos precios como por problemas fitosanitarios hicieron surgir al maíz como la alternativa ideal del cultivo.

Las empresas dedicadas a la mejora hicieron acopio de sus bancos de germoplasma y en unos cuantos años desarrollaron híbridos de excelente potencial productivo que con 8.5 a 9.0 toneladas por hectárea, significaba duplicar los rendimientos promedio tradicionales.

Así nació una nueva generación de agricultores progresistas, dispuestos a comprar, a cualquier precio un híbrido de alto potencial de rendimiento, y de aplicar cualquier dosis de fertilizante, con tal de superar su propio resultado de un año atrás.

Los híbridos y la tecnología adaptada a Sinaloa, mucha de ella procedente de Estados Unidos, vinieron expertos de universidades y empresas privadas a difundir nuevas tecnologías en la producción comercial del maíz, provocaron el milagro de rebasar, en menos de una década la barrera de las 10 toneladas por hectárea en predios comerciales de más de 20 hectáreas.

El efecto TLC

Y después de décadas de haber sido un país deficitario en su principal alimento -el maíz- México empezó a tener excedentes de producción en grano blanco.

Pero la asociación comercial con Estados Unidos y Canadá, a través del Tratado de Libre Comercio, rechazado al principio y al final por los productores mexicanos, vino a terminar con el encanto de los precios subsidiados al maíz, porque el precio se aparejó con el internacional y al incrementarse los inventarios estadounidenses, el precio empezó a declinar, en perjuicio de los maiceros nacionales.

El compromiso del gobierno mexicano -afirman los expertos- era sostener precios similares para las cosechas en México con sus socios comerciales y reducir paulatinamente los subsidios.

De esta forma, mientras en 1983-84, el rendimiento medio era de 4.3 toneladas por hectárea y el precio medio rural era de $4 mil 350 por tonelada, al costo de $14,500 por hectárea, el productor de maíz podía aspirar a un margen de ganancia de 1.29; es decir, 29 centavos de utilidad por cada peso invertido.

A los costos del ciclo 1997-98 de $9,106 pesos por hectárea y con un rendimiento medio de 7.19 toneladas por hectárea, el precio medio rural de $1,315.00 por tonelada permitiría a los productores un ingreso por hectárea de $9,454.00 que representan apenas 1.038 de la inversión; es decir, un margen de utilidad de 3.8 centavos por cada peso invertido.

Estas cifras indican que con un incremento en productividad del 67% sobre sus resultados de hace 15 años, los productores vieron disminuido su ingreso real hasta punto muerto, a pesar de que sus inversiones por hectárea son más elevadas y que han tenido que desarrollar un potencial muy elevado, que por supuesto implica riesgos en la adopción de tecnología.

El panorama inmediato

Si se analiza esta tendencia de precios y costos que el maíz ha observado en los últimos 15 años, podría afirmarse que el productos sólo tiene tres opciones.

1.- Incrementar rendimientos manteniendo sus costos de producción al emplear híbridos de mayor potencial de rendimiento.

2.- Disminuir costos de producción sosteniendo el nivel de productividad.

3.- Abandonar el cultivo y buscar otra opción.

Cualesquiera de las dos primeras opciones es viable, sólo que la segunda implica un cambio de cultura y seguramente de equipos de labranza para los cuales se requieren fuertes inversiones iniciales, si se piensa en maquinaria especializada para hacer siembras sin preparación de suelos, o manejo de residuos postcosecha.

Dentro de esta misma alternativa podría pensarse en el manejo integrado de plagas o los sistemas de riego por goteo, pero en éste último caso la inversión en equipo y asistencia técnica vuelve a ser una limitante.

El incremento en rendimientos por sustitución de híbridos de mayor potencial productivo parece ser la opción más rápida y de menor riesgo, siempre y cuando se trate de híbridos probados bajo las condiciones de variación de clima que tiene el noroeste, en sus diferentes zonas productivas, así como el manejo agronómico que en casos particulares requiere cada material.

De ahí la importancia de que las propias empresas semilleras evalúen sus materiales bajo diferentes condiciones de manejo, a efecto de que junto con la semilla, puedan proporcionar un paquete agronómico que disminuya los riesgos de baja productividad.

Por lo que toca al desarrollo genético que las empresa semilleras y el propio Inifap están haciendo, queda claro que el potencial de los nuevos híbridos puede responder a las expectativas de los productores, ya que los materiales evaluados por instituciones con la Fundación Produce Sinaloa, confirman resultados semicomerciales hasta de 14.2 toneladas por hectárea que marcan una nueva frontera agrícola entre la media comercial y el potencial disponible.

Comparado con el mejor resultado en la evaluación de híbridos que la Fundación Produce-Inifap realizó durante el ciclo otoño-invierno en las zonas de Culiacán, Guasave, Valle del Fuerte y Valle del Carrizo, el rendimiento actual de 7.19 toneladas por hectárea a nivel comercial, representa apenas el 50%.

Como lo señalaba el Dr. Antonio Turrent García, coordinador de Nacional de Mejoramiento Genético del Inifap, en una entrevista publicada en la edición anterior, el reto seguirá siendo “empujar a los productores de menores rendimientos para disminuir la frontera agrícola productiva entre la media actual y el potencial de los nuevos híbridos del maíz, para que el costo por tonelada permita hacer rentable al cultivo, aún bajo condiciones de competencia internacional”.

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